De cuando un virus se merendó el presupuesto ucraniano en 2003

Historias de virus han habido muchas, algunas catastróficas, otras de risa. La historia que os cuento hoy nos remonta a la Ucrania de 2003, cuando un virus informático se merendó (tal cual) el presupuesto general del estado y nunca más se supo de él.

NOTA ACLARATORIA: La historia del virus es completamente real, aunque adornado un poco la historia con algunos personajes, fechas y declaraciones ficticias.

Pues eso, estamos en la Ucrania de 2003, esa Ucrania que aún no sabía que iba a tener más líos que un octópodo con calcetines. Imaginaos la escena. Es 29 de noviembre, un frío que pela. Oleksandr Moroz, el presidente del Parlamento, un hombre con más arrugas que un acordeón, se dirigía a su despacho tarareando el himno nacional. Little did he know, como dirían los guionistas de Hollywood, que estaba a punto de protagonizar el mayor fiasco presupuestario desde que el Monopoly se inventó.

En el departamento de informática, Volodymyr Kodenko (imaginemos a un tipo flacucho con gafas de culo de vaso y una colección impresionante de bolígrafos en el bolsillo de su camisa) estaba disfrutando de su quinto café del día cuando de repente su pantalla empezó a parpadear como si estuviera en una discoteca de los años 80.

«¡Blyat!», exclamó Volodymyr, escupiendo el café sobre su teclado, lo que, por cierto, no ayudó en absoluto a la situación. Frente a sus ojos, líneas y líneas de código verde al estilo Matrix empezaron a desfilar por la pantalla. Pero esto no era una película de ciencia ficción; era la pesadilla de todo informático gubernamental hecha realidad.

Mientras tanto, en el piso de arriba, Yuriy Hryvnia, el ministro de Finanzas (imaginad a un señor rechoncho con una calva reluciente y un traje que gritaba «¡Soy importante!»), estaba dando los últimos retoques al presupuesto del 2003. Con una sonrisa de satisfacción, pensaba en cómo iba a presumir ante sus colegas de haber terminado el documento una semana antes de la fecha límite.

Pero el destino, queridos amigos, tenía otros planes.

De vuelta en la oficina de informática, Volodymyr estaba en pleno ataque de pánico. El virus, al que más tarde bautizaría como «Holodomor Digital» (el informático tenía un sentido del humor bastante negro), estaba devorando archivos como si fueran vareniki recién hechos. Y adivinen qué archivo era el plato principal de este festín cibernético… Sí, exacto, el flamante presupuesto del 2003.

Cuando Volodymyr logró reunir el valor para informar a sus superiores, el caos se desató en el Parlamento. Yuriy Hryvnia pasó por todas las etapas del duelo en cuestión de minutos: negación («¡Imposible, si lo guardé en cinco carpetas diferentes!»), ira («¡Voy a convertir a ese informático en borsch!»), negociación («Quizás si reiniciamos todos los ordenadores…«), depresión («Mi carrera ha terminado, acabaré vendiendo piroshki en la calle«), y finalmente, aceptación («Bueno, siempre quise tomarme unas largas vacaciones«).

Oleksandr Moroz, nuestro presidente del Parlamento, se vio en la situación más incómoda de su carrera. Tenía que salir en la televisión nacional y explicar cómo el presupuesto de todo un país había desaparecido más rápido que una botella de vodka en una boda ucraniana.

Y así, el 29 de noviembre de 2002, Moroz apareció en la televisión con una cara más larga que un invierno siberiano. «Queridos compatriotas«, comenzó, tratando de mantener la compostura, «tengo que informarles que un virus informático ha… ehm… eliminado el documento necesario para la aprobación de los presupuestos del próximo año«.

El silencio que siguió a esta declaración fue tan profundo que se podía oír el sonido de millones de ucranianos parpadeando incrédulos al unísono.

Pero la cosa no quedó ahí. En los días siguientes, como si fuera una epidemia de excusas, varias empresas comenzaron a «perder» misteriosamente sus registros contables. «Un virus se lo ha llevado todo», decían con una cara de inocencia que ni los ángeles de Kyiv podrían igualar.

El presidente, en un alarde de sarcasmo digno de un show de comedia, declaró: «La vida moderna hace las cosas más fáciles. En el pasado, hubiesen necesitado un incendio, una inundación, un terremoto o cualquier otra catástrofe natural. Ahora es más simple: un virus misterioso que elimina todo a su paso«.

Mientras tanto, en las profundidades de Internet, los hackers se partían de risa. Habían creado, sin querer, el sueño húmedo de todo evasor de impuestos.

Moroz, en un intento desesperado por salvar la situación, negó rotundamente que el presupuesto hubiera sido robado a través de Internet. «Eso pertenece al reino de la ficción», afirmó, olvidando convenientemente que perder el presupuesto de un país por un virus informático tampoco sonaba muy realista.

Al final, tras semanas de trabajo frenético, reconstrucción de documentos y más café del que es humanamente recomendable, lograron aprobar un presupuesto para el 2003. Volodymyr fue ascendido a «Guardián Supremo de los Cortafuegos», un título que sonaba impresionante pero que en realidad significaba que si algo volvía a pasar, sería el primero en ser lanzado al Dniéper.

Y así, terminó uno de los episodios más hilarantes de la historia política ucraniana. Una historia que nos recuerda que, en la era digital, nuestros documentos son tan seguros como un helado en el desierto.

La próxima vez que vuestro jefe os pida el informe trimestral y no lo tengáis listo, ya sabéis: culpad a un virus informático. Pero ojo, no abuséis de la excusa o acabaréis como nuestro amigo Volodymyr, vigilando cortafuegos en algún sótano gubernamental olvidado. Y recordad, haced copias de seguridad. Muchas. Y si podéis, guardadlas en una caja fuerte. O mejor aún, grabadlas en piedra. Nunca se sabe cuándo un virus hambriento puede decidir merendarse vuestros archivos.


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